Los peces gordos como Trump se piensan que el mundo gira alrededor de ellos. Se levantan por las mañanas y ya tienen a alguien que mata por servirle, dispone de todos los lujos deseables. Sin poder evitarlo, me imagino a Donald Trump envuelto en un albornoz de la mejor calidad que se pueda desear, oliendo a rosas después de una ducha bitérmica aromática y tomando el mejor café del mundo frente a un gran ventanal con una vista impresionante mientras que su mayordomo le lee la prensa “¿Puedes volver a repetirme eso último Jeffrey?”.
Los peces gordos como Trump, digo, piensan que el mundo es suyo, que lo hacen girar entre sus dedos mientras su chófer le lleva al despacho, espachurrándolo con su mano como si fuera una de esas pelotitas anti-estrés. Sienten y creen que son imparables, que son dioses, que pueden comprar a quien quieran, que todo lo que desean puede conseguirse con esos billetes de colores. Están tan acostumbrados al aroma del dinero…
Pero a veces, sólo a veces, se consigue parar ese huracán, esa máquina de hacer más y más dinero, ambiciosa, ignorante de la realidad social, de la realidad humana.
Érase una vez un hombre que tenía un pequeño terreno junto a un lago. Su vida era sencilla pero deliciosa. Vivía en una casita construida hacía ya muchos años en la que se sentía feliz junto a su esposa y sus hijos. Cada mañana se levantaba e iba a pescar y vivía de lo que le arrebataba noblemente a la naturaleza. Pero un día le ofrecieron 522.000 euros por su terreno. Él valoró: mi vida, que me encanta, o la pasta. Y la pasta perdió. Todavía queda gente que ama las cosas sencillas, las cosas pequeñas. Todavía hay gente a la que el dinero no le puede. Eso es lo que nos hace falta.
Lo mejor es que éste pescador le ha ganado la batalla a Donald Trump que quería construir en esa zona un macrocomplejo de golf que albergara campeonatos, casas para golfistas y un hotel de cinco estrellas. Y el multimillonario todavía se permite insultar al pescador, mostrando toda la insensibilidad que conlleva ser tan cabrón. Jódete Trump.
Los peces gordos como Trump, digo, piensan que el mundo es suyo, que lo hacen girar entre sus dedos mientras su chófer le lleva al despacho, espachurrándolo con su mano como si fuera una de esas pelotitas anti-estrés. Sienten y creen que son imparables, que son dioses, que pueden comprar a quien quieran, que todo lo que desean puede conseguirse con esos billetes de colores. Están tan acostumbrados al aroma del dinero…
Pero a veces, sólo a veces, se consigue parar ese huracán, esa máquina de hacer más y más dinero, ambiciosa, ignorante de la realidad social, de la realidad humana.
Érase una vez un hombre que tenía un pequeño terreno junto a un lago. Su vida era sencilla pero deliciosa. Vivía en una casita construida hacía ya muchos años en la que se sentía feliz junto a su esposa y sus hijos. Cada mañana se levantaba e iba a pescar y vivía de lo que le arrebataba noblemente a la naturaleza. Pero un día le ofrecieron 522.000 euros por su terreno. Él valoró: mi vida, que me encanta, o la pasta. Y la pasta perdió. Todavía queda gente que ama las cosas sencillas, las cosas pequeñas. Todavía hay gente a la que el dinero no le puede. Eso es lo que nos hace falta.
Lo mejor es que éste pescador le ha ganado la batalla a Donald Trump que quería construir en esa zona un macrocomplejo de golf que albergara campeonatos, casas para golfistas y un hotel de cinco estrellas. Y el multimillonario todavía se permite insultar al pescador, mostrando toda la insensibilidad que conlleva ser tan cabrón. Jódete Trump.
1 comentario:
Ta quedao mu chulo el Blog jeje, no me metio antes estooo puessss, por perreria pa que nos vamos a engañar.
Que tienes en contra de los rico, ese pescador de pacotilla alo mejor es un inútil amargao machista que no deja ni que sus hijos vallan al cole y el tal Trump ese parece que le valora la propiedad adecuadamente.
Estoy de acuerdo en valorar las cosas que nos hacen felices por muy sencillas que sean, aunque un terreno a la vera de un lago no es muy sencillito claro, y en este caso q se meta el complejo hotelero por el culo, pero sin este tipo de gentuza que explota a los débiles no tendríamos localizaciones como punta cana, las cuales proliferan gracias a gente como nosotros q se muere de ganas por ir a un hotel con golf a la vera de un lago de la hostia.
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