Hace dos meses exactos, escribí un reportaje para Informacion sobre el lamentable estado del Monte Orgegia, el primer parque forestal urbano de Alicante, una zona preciosa pero poco cuidada de la geografía alicantina. A principios del pasado año se llevó a cabo toda una parafernalia con esta denominación y con la promesa municipal de actuaciones en la zona. Nada más lejos de la realidad, tal y como atestiguaban las fotos que preparé al efecto.
El pasado viernes, movida por el impulso de una serie de reportajes- denuncia que estamos realizando en Reportero Digital, me puse de nuevo mis botas de montaña y subí hasta la zona afectada, para comprobar si el estado se había visto alterado, si había conseguido mover alguna conciencia con aquel reportaje. Después de iniciar la marcha a las ocho y media de la mañana (con el fuerte viento resoplando en mis orejas invitándome a volver a casa a tomarme un té caliente), y media hora de camino, llego. Mi corazón estalla en mil pedazos otra vez, y no puedo creer (aunque en cierta manera, no esperaba nada) lo que veían mis ojos: si cabe, la zona estaba todavía peor.
Bajé hacia el pequeño valle cagándome en la puta madre de las autoridades locales que tenemos. No encuentro otra forma de decirlo, porque la desazón se hizo dueña de mí y sólo quería escupir tacos al volver a contemplar ese destrozo. Y volví a observar con tristeza todos esos cristales, trozos de coches, puertas, botellas, colchones, y esos miles de rotuladores fuera de lugar.
A veces me pregunto si vale de algo. Es una frase derrotista, pero a veces es verdad que no sirve de nada.
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